viernes, 9 de octubre de 2009

HISTORIA Y ARQUITECTURA DEL EXCONVENTO DE SAN FRANCISCO DE TEPEJI

PARTE I
Por: Profr. Francisco González Con

Si comparamos la disposición de las calles, la distribución de casas y espacios públicos, como son la plaza cívica y el atrio, nos percatamos que Tepeji no fue un pueblo que se hubiese trazado, al igual que Tula o Jilotepec, con calles formando ángulos rectos, o sea, con una traza llamada tipo “tablero de ajedrez”, tal como era habitual cuando se fundaba un pueblo en México en el siglo XVI. Esto es debido a que la ubicación de casas y espacios públicos en Tepeji se fue adaptando, en el transcurso del siglo XVI, al Camino Real que pasaba exactamente por lo que hoy es la calle Melchor Ocampo. Recorriendo esta calle citada nos percatamos de que todavía existen algunos antiguos portales en ella, con poyos o asientos de piedra, que no sólo servían para que los viajeros se sentasen a descansar, a esperar el carruaje que los iba a transportar, sino también para que las mujeres se pudiesen subir fácilmente en caballos o mulas. Estos portales son restos de mesones y casas antiguas. De ahí que la actual avenida Melchor Ocampo aún conserve la tradición comercial que le viene de tantos siglos. En uno de estos mesones, el mesón de Las Palomas, hoy día salón de eventos públicos, ubicado al pié del Camino Real, pasó sus últimas horas de vida Melchor Ocampo. Este importante abogado, científico y político liberal partidario de la política de Juárez, aunque algunas veces no estuvo de acuerdo con las ideas de don Benito, sería fusilado en las bardas de la Hacienda de Caltengo el día 3 de junio de 1861, y su cadáver, después de estar colgado en un pirul, tras ser limpiado por un humilde panadero de Tepeji, Apolonio Ríos, fue velado en la capilla de la Tercera Orden de Tepeji, capilla ubicada todavía a la entrada del atrio a mano izquierda. Apolonio Ríos, personaje olvidado en Tepeji, tuvo el valor de bajar el cadáver de Melchor Ocampo, pues quien lo mandó ejecutar, el conservador Leonardo Márquez había prohibido a los habitantes de Tepeji acercarse al cuerpo del ejecutado. En el lugar de la ejecución hay un monumento en memoria de este hecho. En su momento escribiré sobre la capilla mencionada anteriormente, pues data de la segunda mitad del siglo XVIII y forma parte del exconvento de Tepeji, tema de estos artículos.



Como Tepeji fue una población adaptada a las circunstancias de un camino que ya pasaba por entre casas y mesones, camino que según algunos historiadores fue trazado por el beato fray Sebastián de Aparicio, antes de que ingresase de franciscano al convento de Puebla, lugar donde actualmente se veneran sus restos. El beato fray Sebastian de Aparicio, nacido en Galicia, una de las regiones de España, por su dedicación a los transportes de mulas, caballos, bueyes y demás animales de carga es el patrón oficial de la charrería mexicana. También los historiadores mencionan que un tal Carrasco intervino en el trazado de este antiguo camino.

Tepeji fue un importante centro de unión de las dos culturas, la mexica y la otomí, pues existen en su territorio un gran número de zonas arqueológicas y los hallazgos de restos prehispánicos superan con crece a los encontrados en Jilotepec, y, por supuesto, fue dominado por los mexicas antes que Jilotepec, dada la cercanía a la gran capital mexica, Tenochtitlan, hoy Distrito Federal.

Al existir una gran población mexica, otomí y el paso de un gran número de viajeros por Tepeji, era imperativo para la orden franciscana establecerse en este lugar. Por la topografía de Tepeji, su nombre en náhualt quiere decir “lugar entre peñascos”, y al estar ya el pueblo con casas y mesones, no tuvieron más remedio los franciscanos que instalarse en las faldas de una montaña. Con gran dedicación y a costa de las espaldas de muchos indígenas el cerro fue rebajado en dirección a la actual calle Melchor Ocampo y sobre la gran cantidad de toneladas de tierra extraída, una vez aplanada, se construyó la iglesia. Una simple observación en el atrio es suficiente para darnos cuenta que las bardas que están cerca de la fábrica La Josefina, son más elevadas que las que están cerca de la entrada del convento, confirmando con esto el rebaje de mencionado cerro. A pesar de tanto esfuerzo y circunstancias, la iglesia quedó bastante bien orientada, de este a oeste, tal como era habitual en las iglesias del siglo XVI. Explicaremos, en un futuro, el porqué de la orientación de las iglesias.

El exconvento de Tepeji ha tenido la suerte de conservar casi todos sus elementos originales. Por disposición del primer virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza, los conventos deberían construirse con los espacios siguientes: un atrio, con capillas posas y capilla abierta, una iglesia, un convento para albergue de los frailes, y una huerta. A excepción de las capillas posas originales,
todos los demás espacios se han conservado en Tepeji. También explicaré lo que eran y para que servían las capillas posas.

Y vamos detenidamente con estos espacios. El atrio es único en el mundo y en México, porque sus merlones están adornados con orejeras de piedra. En arquitectura llamamos merlones a los pequeños cubos de piedra y cal que se colocan arriba de una barda. El espacio que queda entre merlón y merlón, su nombre correcto es almena, aunque, a veces, muchas personas a los merlones los llaman almenas, sin que eso tenga la menor importancia. ¿Y por qué a estos merlones se les puso esas maravillosas y únicas orejeras? La orejera era entre los prehispánicos un adorno símbolo de dignidad, de categoría social y de alto prestigio. ¡Para colocárselas se tenían que agujerear los lóbulos de las orejas! Nuestros jóvenes actuales piensan que están haciendo algo muy moderno con sus tatuajes y agujeros en diferentes partes del cuerpo. Por supuesto, este sufrimiento, al igual que la sangre derramada por los prehispánicos en estos actos, eran ofrecidos a los dioses. Podrá usted ver infinidad de orejeras en nuestros museos, elaboradas con diferentes tipos de material. Y esto es, ni más ni menos, lo que los franciscanos pretendieron plasmar en el atrio. Al poner orejeras en los merlones le dieron a entender al indígena que el atrio tenía dignidad, grandeza, sacrificio a Dios y un adorno de acuerdo a sus tradiciones., ya que el atrio era el lugar donde se evangelizaba y oía misa la población autóctona.

Continuará...

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